jueves, 30 de julio de 2015

Adiós a la rubéola en las Américas


Muy pocos adioses producen tan sana complacencia. En este caso decir adiós a la rubéola es demostrar nuestro júbilo por una victoria más de la salud pública. Tal como lo certifica la OMS, en nuestra América ya no hay más casos de rubéola y tampoco del Síndrome de Rubéola Congénita (SRC). La certificación viene del Comité Internacional de Expertos para la Eliminación del Sarampión y la Rubéola que, en abril de 2015, revisó las evidencias presentadas por los países miembros de la OPS, oficina regional de la OMS, y dio su veredicto. Se logró, de una sola vez,  la eliminación de dos enfermedades que produjeron mucho daño en nuestras poblaciones.

Ambos éxitos se suman a los otros dos  que los programas de salud pública lograron antes, la  eliminación de la faz del continente de la viruela en 1971, y de la poliomielitis, en 1994. Son éxitos de la ciencia y de la acción conjunta de muchas instituciones que se comprometieron en lograrlo.

El éxito es verdaderamente grande, pero pareciera que pasa inadvertido para la mayor parte de la población, o pasa como algo cotidiano e intrascendente. 

Si bien la rubéola es una enfermedad leve, de origen viral, transmitida por vía respiratoria, que afecta con más frecuenta a los niños y adolescentes, sus mayores efectos se observan en mujeres embarazadas, que tienen el riesgo de sufrir abortos o tener bebés con defectos congénitos, en el corazón, en el aparato visual o en el auditivo; además de predisposición a la diabetes, a la disfunción tiroidea, al autismo y otras secuelas menos frecuentes.

La clave del éxito fue la vacunación masiva de la población a lo largo de casi treinta  años; vacunación que se dio como uno de los componentes del Programa Ampliado de Inmunizaciones (PAI) de cada gobierno nacional. El programa comenzó a operar masivamente desde comienzos de la década de los 80, cuando ya se disponía de la vacuna triple destinada a neutralizar los virus del sarampión, las paperas y la rubéola (SPR).

La vacunación demostró ser, nuevamente, la medida sanitaria más costo efectiva para controlar una enfermedad infecciosa. Una dosis de SPR cuesta 1,09 dólares, lo que permitió, junto a la decisión política de hacerlo,  que en la década previa al 2008 se vacunara a 250 millones de adolescentes y adultos en 32 países de nuestro continente. Se estima que solo en quince años de campaña se previnieron alrededor de 112.500 casos del SRC en América Latina y el Caribe. De haberse presentado estos casos, el gasto de su atención hubiese ascendido a 3 mil millones de dólares. Esa es otra de las facetas del éxito sanitario de este programa.

Sin embargo, como todo programa técnicamente bien planteado, no solo se trata de vacunar, sino también de implantar estrategias y sistemas de vigilancia y seguimiento epidemiológico, mismos que son monitoreados continentalmente por la OPS. Este sistema reportó los últimos casos de estas dos enfermedades en 2009, con lo que nuevamente, como en el caso de la viruela y la poliomielitis, nuestra Región es la primera en el mundo en ser declarada libre de rubéola y SRC.

Para cantar la victoria  total y mundial es necesario que el resto de los continentes hagan lo propio. Todavía nacen cerca de 110.000 niños con Síndrome de Rubéola Congénita cada año, la mayor parte de ellos en el Sudeste Asiático y en África. Por eso, mientras siga circulando el virus de la rubéola en el resto del mundo, no podemos bajar la guardia. Estamos expuestos a los casos de importación y a potenciales contagios en el extranjero. Debemos seguir vacunando y apoyando la estrategia mundial de la OMS de erradicar el virus en el resto de los continentes.

martes, 21 de abril de 2015

De la epidemia a la endemia de chikungunya


El mundo, principalmente el desarrollado, creía que había superado a las enfermedades infecciosas; que éstas eran cuestión del pasado. Sin embargo, en los últimos años hemos visto la aparición de nuevas enfermedades y la emergencia de otras que estaban olvidadas o focalizadas en algún sitio del planeta, pero que, por efectos de la globalización, se expanden rápidamente por los diferentes continentes, causando en muchos casos temor y movilización de los gobiernos y las poblaciones.

Cuando todos estábamos siendo testigos del acorralamiento del ébola por la acción conjunta de la OMS y los gobiernos comprometidos en su control, aparece rápidamente una nueva enfermedad, con un nombre muy sugerente: la fiebre chikungunya, que ya está presente en 40 países. Ésta se suma a otras enfermedades emergentes como la H1N1, la fiebre porcina, el mismo ébola, las fiebres hemorrágicas y otras de impacto mundial.

Originaria de Tanzania, donde adquirió el nombre,   es una enfermedad vírica transmitida al ser humano por mosquitos Aedes aegypti y Aedes albopictus infectados. Chikungunya en su idioma nativo, Kimakonde, significa doblarse, haciendo alusión al aspecto encorvado de los pacientes, que se doblan por los dolores articulares que la enfermedad provoca. Los mosquitos que la transmiten abundan en nuestras zonas tropicales, y son los mismos que transmiten el dengue, por lo que los casos pueden pasar mezclados con aquellos  o camuflados mutuamente, en una epidemia doble y simultánea.

La fiebre chikungunya es una epidemia nueva que comenzó con un caso a comienzos  de año y que desde entonces ha ido incrementándose exponencialmente en la ciudad de Santa Cruz, con expansiones en el Beni y Cochabamba. Recordemos que se define como epidemia la aparición inusual de casos en un lugar determinado. Como nunca hubo esta fiebre, la aparición de un caso con transmisión autóctona ya significó epidemia.

En este momento la  chikungunya representa una epidemia consolidada, con más de cuatro mil casos detectados; tantos, que han superado con creces la capacidad de diagnóstico de los laboratorios de referencia designados. Son tantos los casos en la actualidad que hasta la misma prensa está perdiendo interés en su seguimiento. De esta manera, se va dando un proceso del acostumbramiento y adaptación cultural, donde la nueva enfermedad irá pasando a ser parte del espectro epidemiológico y de la cultura local. La chikungunya será más tarde como la gripe o como la tuberculosis, parte de los fenómenos naturales corrientes, de todos los días, y su aparición o sus brotes no inmutarán a nadie. Será un elemento más de nuestra cultura tropical.

Alguna autoridad sanitaria ya dijo que la chikungunya vino para quedarse. Esto significa que la nueva epidemia va a convertirse en endemia y será parte de nuestro listado epidemiológico semanal de enfermedades, será parte de una amenaza siempre latente para todo aquel que viva o visite las zonas endémicas donde viven estos mosquitos.

La epidemia de chikungunya no viene precedida de mucho temor ni alarmante expectativa, como en el caso del ébola. Esto debido a su baja letalidad, que parece variar entre 63 y 89 muertes  por cien mil personas vivas, muertes que ocurren principalmente en personas debilitadas y adultos mayores.

Como no mata como otras temidas enfermedades, no es de gran trascendencia y puede ir siendo objeto de descuido gubernamental y social. Puede dar lugar al peligro de la complacencia, caracterizado por la conformidad y por reacciones esporádicas en barrios o en grupos poblacionales desfavorecidos o más vulnerables a la acción y reproducción de los mosquitos.  La complacencia es aceptar su naturalización y combatirla esporádicamente con medidas simples como pequeñas fumigaciones o el lanzamiento de mensajes educativos inocuos, tratando más bien de invisibilizarla a menos que los brotes sean muy notorios.

Este potencial descuido tiene sus serios peligros para la salud y la economía del país. Para la salud, porque no se conocen a fondo sus efectos y secuelas futuras en los enfermos actuales y, para la economía, porque más allá de lo que su combate requiere, producen fuertes pérdidas por ausencias laborales y por los costos de los cuidados médicos que su tratamiento reviste.

La nueva endemia de chikungunya no fue objeto hasta ahora de la atención debida y debe merecer, en el presente y en el futuro próximo, de mayor preocupación social y gubernamental.

viernes, 2 de enero de 2015

Magistral lección de Salud Pública


La gran diferencia entre la clínica y la salud pública radica en que la primera se concentra en el tratamiento de cada individuo como caso de enfermedad, en tanto que la Salud Pública se concentra en la protección de la salud de poblaciones enteras, tanto enfermas como sanas. El Ministro de Salud, Juan Carlos Calvimontes, después de meter la pata identificando públicamente a un paciente con VIH/SIDA, trató de salir del atolladero con otra gran metida de pata, más profunda que la anterior, al decir que denunció el caso para proteger a la población, que corría peligro de contagio a partir de ese foco de infección.
 
Dijo que el estado de salud de ese paciente era "doblemente peligroso para la sociedad”. Que al suspender su tratamiento “y la exposición al cual estaba siendo objeto el paciente hace que la población sea vulnerable (sic)”.  En otras palabras, el Ministro inventó una nueva estrategia de intervención sanitaria, que combina  la clínica con la salud pública. O sea, denunciar por los medios el caso clínico que no está bien tratado para proteger a la población entera.

Esta estrategia tendría que sumarse a las planteadas por ONUSIDA, entre las que citaremos tres: la de mantener y aumentar el compromiso y liderazgo político; la de mantener y aumentar la financiación de los programas; y, tal vez la más pertinente en este caso, combatir enérgicamente la estigmatización y la discriminación relacionadas con el SIDA. Con estas estrategias se han logrado progresos notables en el control de esta pandemia a nivel mundial.

En Bolivia la epidemia está lejos de ser controlada;  hay más de  13 mil infectados -¿cuyos nombres debieran ser publicados?-  y el mismo Ministerio denuncia que el ritmo de crecimiento de la enfermedad es del 25% anual, siendo la población joven la más vulnerable, puesto que 6 de cada 10 personas con VIH/SIDA tienen entre 15 y 34 años, la mayor parte (97%) contraídos a partir de relaciones sexuales sin protección. A este problema se suma la falta de recursos, puesto que el Gobierno asignaría un exiguo presupuesto de 775 mil dólares para el tratamiento y la prevención de esta enfermedad que requeriría mínimamente de 5,3 millones por año. Al desconocimiento y la falta de recursos, se suma como problema principal, la discriminación hacia los que viven con VIH/SIDA, que en Bolivia es notoriamente fuerte y mal entendida por las autoridades encargadas de combatirla.

Al inventar una nueva estrategia de intervención el Ministro sólo ha perjudicado la marcha de su programa de control epidemiológico del VIH/SIDA. Primero, porque ha acentuado la discriminación y la estigmatización de los casos de esta infección; y segundo, porque ha perdido toda confianza y liderazgo entre la población a la que dice proteger, entre los efectores de la salud pública, que principalmente están concentrados entre los médicos y las otras profesiones de sanitarias, y, no menos importante, entre los infectados con VIH, los pacientes con SIDA y los grupos estigmatizados como los de mayor riesgo y vulnerabilidad.

La confianza política con que le retribuyó el Presidente, Evo Morales, al ratificarlo como Ministro, no será suficiente para revertir la desconfianza bien ganada por el Ministro Calvimontes, quien ha sembrado su gestión de errores y metidas de pata que le aseguran un lugar oscuro o el triste olvido de una gestión llena de oportunidades perdidas y que pudo ser completamente diferente, porque condiciones políticas y económicas las tuvo.