Cuando nos referimos a las quemaduras, estamos acostumbrados a referirnos a ellas como “accidentes”. Pareciera que en la conciencia de la gente toda quemadura es un accidente, pese a que la mayor parte de ellas podría no ser catalogada como tal. Según la OMS, un accidente es un "acontecimiento fortuito, generalmente desgraciado o dañino, independientemente de la voluntad humana, provocado por una fuerza exterior que actúa rápidamente y que se manifiesta por la aparición de lesiones orgánicas o trastornos mentales". Un accidente es, entonces, un evento que ocurre al azar; es un evento no calculado que puede ocurrir en cualquier momento y a cualquier persona.
Personal de salud y gente relacionada con salud suele referirse a las quemaduras como esos “tristes accidentes”. Esto ayuda a generalizar la idea que de que las quemaduras son eventos inevitables, cuestión del destino o de la mala suerte, por lo que no entran en la categoría de acontecimientos prevenibles, dificultando de esta manera toda estrategia preventiva. Este hecho obliga, en primera instancia, a cambiar este paradigma por otro, centrado en la posibilidad de prevenir las quemaduras a través del control de eventos probables y controlables, por lo tanto, alejados de lo fortuito.
Una primera estrategia, para avanzar en este sentido es discriminar de manera correcta todas las quemaduras que son producto de la intencionalidad, es decir, se debe tener una identificación adecuada de todas las quemaduras que entran en la categoría de lesiones intencionales, la mayor parte de ellas como fruto de la violencia física. Entendiéndose ésta como, “toda conducta que directa o indirectamente está dirigida a ocasionar un daño o sufrimiento físico sobre la persona, tales como heridas, hematomas, contusiones, excoriaciones, dislocaciones, quemaduras, pellizcos, pérdida de diente, empujones o cualquier otro maltrato que afecte la integridad física de las personas”.
La mayor parte de las violencias de este tipo son a su vez fruto de la violencia familiar (VIF), es decir, la que nace en el círculo más próximo de la persona que sufre este tipo de agresiones, que en su mayoría son niños y, seguidamente, mujeres. Las quemaduras intencionales tienen, entonces, características generacionales y de género, por lo tanto sus políticas de prevención deben tener estos enfoques y deben ser reivindicados por los defensores de los niños y de las mujeres. En algunos países del Oriente es frecuente ver mujeres quemadas como signo de castigo, generalmente provocados por sus propios maridos. Se estima que una de cada cinco mujeres muertas por quemaduras en Calcuta, podría, en realidad, haber fallecido por un acto de violencia criminal. Es un tema delicado que debe ser objeto de investigación y debe ser considerado como tal en los observatorios de violencia contra las mujeres y los niños.
En nuestro país no son pocos los casos en los cuales se ha utilizado las quemaduras como medio de castigo; gran parte de los casos conocidos son reportados por la prensa. Son casos de quemaduras por contacto con objeto caliente, con cigarrillos o quemaduras con agua caliente en las manos de los niños que dizque “se portaron mal”.
En los últimos años se han conocido no pocos casos de linchamiento, como justificativo de la denominada justicia comunitaria, donde la mayor parte de ellos terminan muertos después de horribles sufrimientos por quemaduras. Sin embargo, tampoco son pocos los casos en los que las personas ajusticiadas no resultaron muertas, sino con sendas quemaduras cuyas secuelas perduran por el resto de los días del supuesto criminal.
Existe otro tipo de quemaduras aparentemente inocentes, con gran carga cultural, en las que los padres pretenden curar a sus hijos de algunos malos hábitos, como el orinarse o defecarse en la cama, por lo que los someten a sesiones de “cura” consistentes en sentarlos sobre objetos calientes, como piedras o ladrillos, que en buen número de casos terminan provocando quemaduras graves, demostrando, de esta manera, que el remedio es peor que la enfermedad, aunque debe desconfiarse mucho de la versión paterna de la “cura”, que más se asemeja a castigo con fuerte base de ignorancia e irracionalidad.
En todos estos casos no se puede hablar de accidentes. Todos o casi todos son actos criminales cuya prevención y tratamiento no tiene otra vía que la aplicación dura de la ley o el endurecimiento de las penas a los autores de estas lesiones. La estrategia de prevención de estas quemaduras es, entonces, policial y jurídica. La sanción y el encarcelamiento de los autores, en este caso, son instrumentos eficaces de salud pública.
Otro segundo grupo de quemaduras pueden ser encasilladas entre las “lesiones no intencionales”. Una lesión no intencional se define como todo suceso espontáneo y episódico del que se deriva un síndrome lesional complejo (traumatismo, fractura, intoxicación, quemadura, ahogamiento) que requiere una asistencia médica inmediata.
Consideramos que la mayor parte de ellas no son realmente accidentes, ya que su ocurrencia se puede predecir y prevenir. La gran mayoría son atribuibles al comportamiento de las personas y a factores ambientales que se pueden pronosticar y evitar. Uno de los pocos estudios de riesgo existentes en Bolivia fue realizado en La Paz*, en 200 pacientes entre 0 y 14 años y 400 controles en el 2001. En el se demostró que sufrir quemaduras tiene un riesgo 15,04 veces mayor entre los niños a los que se les deja en contacto con productos calientes con relación a los que no tienen este contacto a su alcance. Asimismo, los niños que tienen a su alcance cohetillos o fulminantes tienen un riesgo de sufrir quemaduras 5,26 veces mayor que lo niños que no tienen estos artefactos a su alcance.
Con este tipo de evidencias, los casos que caen en este grupo de “accidentes” son absolutamente predecibles por lo que escapan a la real definición de lo que es un accidente. El acaecimiento de un accidente, en estos casos, más es obra de la negligencia o de la ignorancia, que del azar o de la fatalidad. Otro tanto sucede con los niños que son dejados encerrados en contacto con materiales inflamables o combustibles, mientras los padres salen a trabajar, aunque muchas veces, salen a divertirse dejando a los hijos en encierro y en contacto con fósforos, papeles, velas, y otros. Eventos de esta naturaleza son difícilmente clasificables como accidentes.
Ahora bien. Queda un grupo –probablemente el menor en número y que, como vimos, caracteriza dominantemente a las quemaduras - que puede ser catalogado como accidente real. Contra éstos es difícil establecer estrategias de prevención, porque están signados por el destino o la mala suerte, felizmente son los menos, porcentualmente hablando. Por todo lo señalado, conocer la frecuencia y los mecanismos de ocurrencia de todas las formas de quemadura, debe llevarnos a la feliz esperanza de que podemos reducir su incidencia de manera efectiva. Tal vez debamos empezar poniendo las definiciones en su lugar.