Desde que tengo uso de razón los atentados y la violencia ejercida contra religiosos y, principalmente, miembros de la Iglesia Católica, viene de sectores poderosos de la derecha fascista (núcleo radical de la oligarquía, dirían los del MAS). Al Padre Espinal no solo lo torturaron, sino, que lo remataron y botaron en un desolado camino altiplánico. Así murieron, en las últimas décadas, decenas de curas y religiosos a lo largo de todo el continente. Hace muy poco mataron a una monja americana en el Brasil, porque ayudaba a los “sin tierra”. Es famoso el caso de las monjas francesas asesinadas en la Argentina, que motivó el enjuiciamiento de sus torturadores en Francia (no podía ser de otra manera ni en otro lugar). También, el de los jesuitas muertos en su casa en Guatemala, en una incursión clandestina de las fuerzas represivas, que, además, cargaban en sus conciencias con otras doscientas mil muertes. En fin, sobran ejemplos para contarlos con los dedos de la mano. Todas estas victimas tenían un enemigo común, que cualquier analista con dos dedos de frente sabe de qué sector de la sociedad proviene.
Son los mismos que mataron hace 29 años al Arzobispo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero, en plena misa, cuando levantaba el cuerpo de Cristo.Son los mismos sacrílegos de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), que después sacaban su inmensa lengua para recibir la hostia con cara de compungidos. Son los que hacían la vida imposible a Dom Helder Cámara, quien, por lo que dijo e hizo ya debería tener, junto a Romero, un espacio bien ganado en la lista de Santos, o por lo menos en la de Beatos. Pero eso, probablemente no suceda nunca. Por lo menos no tan rápido como la santificación del fundador del Opus Dei.
Cuando vivía en México quedé anonadado por la forma en que mataron al Cardenal de Guadalajara, Posadas Ocampo, a quien dizque lo confundieron con el Chapo Guzmán, un narcotraficante gordo y prófugo. Le cruzaron la humanidad de hombre bueno con más de 14 balazos. Todo por tener los mismos gustos del Chapo. Lo mataraon en el momento en que llegaba al aeropuerto en un Grand Marquis, a la saga, el auto más lujoso que había en México en ese momento. O sea, también matan clérigos que no tienen nada que ver con la Teología de la Liberación, por lo que nadie puede estar muy libre de culpa ni de peligro.
Por eso no me asombra lo que sucedió con nuestro Cardenal, quien por lanzar anatemas a la izquierda descuida su derecha, olvidándose estas lecciones de la historia. En ese preciso momento, los fariseos criollos estaban utilizando la religión para hacer política, tratando de denunciar al Gobierno ateo, "que no respeta las creencias de los bolivianos" (quienes, en su mayoría, pobres, indígenas y casi analfabetos, tienen un profundo respeto por su religión y sus sacerdotes). Los vimos en Sucre golpeándose el pecho al unísono con la mano derecha, mientras sostenían una vela con la mano izquierda. “Ante tanta oración hasta el santo desconfía…” diría un amigo, conocedor de todos los dichos de Portachuelo.
Y en efecto, en la madrugada del 15 de abril, un grupo de mercenarios, a la cabeza de un Talibán ex Opus Dei, colocaba una fuerte y sofisticada carga de explosivos C-4 en la casa del Cardenal, hecho que produjo una reacción de repudio generalizada, principalmente de ciertos medios que ahora, sintomáticamente, ya no dicen nada. Paradójico resulta, también, que casi todos los que están convocados por el Fiscal Sosa para declarar y aclarar sus relaciones con los mercenarios, levantaron el grito al cielo, en coro, sin presentir que 24 horas más tarde su panorama cambiaría por completo, en 180 grados.
Los mercenarios murieron como les gustaba vivir, entre balacera y violencia, dejando una estela de pruebas y nexos que no tuvieron tiempo de borrar. Los de su entorno de protección inmediato, desaparecieron subrepticiamente, como si se los hubiese tragado la tierra. Los del entorno mediato, o preparan maletas o buscan como echarle el bulto al Gobierno. Increíble política de enroque que les salió muy bien hasta ahora en otras lides del actual proceso.
Así como van las cosas, me percato que todos se olvidaron del Cardenal y de la Constitución Política atea. Ni el padre Gramunt de Moragas dice nada. Como él tiene buena pluma, tengo la impresión que podría salirle un interesante artículo si escribiera algo sobre el pasaje bíblico de los “sepulcros blanqueados…”.