Hace más de un año el Presidente Evo Morales lanzó una
rimbombante convocatoria para la realización de una cumbre nacional destinada a
debatir la revolución de la salud pública en Bolivia. Lo hacía como reacción a
su fallido intento de aplicar el decreto 1126, mediante el cual pretendía
reponer las 8 horas de trabajo para los médicos y los trabajadores de la salud,
sin hacer, correlativamente, un justo aumento salarial. En ese momento, creímos
que el gobierno ya no se contentaría con aumentar las horas de trabajo de los
médicos, sino que buscaría cambiar totalmente la salud en el país. El anuncio,
sin lugar a dudas, despertó mucha expectativa y esperanza, toda vez que el
sector salud es uno de los lados flacos del estado plurinacional y, sin duda, la
salud es una de las falencias mayores de la población, que tiene de los peores
indicadores en la región.
El Presidente, prácticamente ordenó a sus subordinados a realizar
la I Cumbre para la Revolución de la Salud Pública en julio del 2012. Un año
después no se tiene ni fecha para su realización. La inoperancia de sus mandos
medios, la anarquía que imprimen los sectores involucrados, el carácter burocrático
y administrativo de su proceso de organización, la falta de objetivos políticos
claros y socializados, no han permitido la realización de la cumbre y, como van
las cosas, su proceso de gestación llevará a un inevitable fracaso o a la
obtención de resultados anémicos.
Este proceso que debía estar signado por la acumulación de
fuerzas, concentración de voluntades y objetivos, se ha caracterizado, más
bien, por la dispersión y el boicot de sus resultados. Es difícil percibir cuáles
son los objetivos principales de la cumbre y cuáles son los aliados del
gobierno que estarían dispuestos a fajarse por ellos.
La ampulosa convocatoria para la Cumbre lanzada por el
Ministerio de Salud y Deportes más parece el índice de su actual programa de gobierno,
en el cuál no se percibe la fuerza del objetivo supremo ni las estrategias más
importantes para lograrlo. Sin duda este objetivo es la construcción del nuevo
sistema de salud, universal y gratuito, mismo que no está inscrito en los ejes temáticos
de la discusión previa, la que debía realizarse en cada uno de los
departamentos. Los ejes temáticos de la convocatoria tienen demasiada dosis técnica,
con exagerado detalle para lograr consenso con relación al sistema único. Por
ese camino la discusión se irá por las ramas y no se logrará nunca el consenso
que se pretende para universalizar la salud.
Los que parecen beneficiarios y los que son los actuales
ofertores de la salud, son los primeros en echar piedras y cerrar el camino
hacia la medicina socializada. Más o menos lo que pasa con el actual sistema de
pensiones, donde, como lo expresa el propio gobierno, los intereses de unos
cuantos sectores sociales se vuelcan contra los intereses de las mayorías, las
más pobres y no corporativizadas. Con el Sistema Único de Salud ocurre otro
tanto porque más priman los intereses de grupo, de sindicato o de corporación y
nadie está dispuesto a ceder nada de su parte para lograr la ansiada equidad en
salud.
De esta manera, la discusión central hacia la cumbre y en ella,
debiera girar principalmente sobre el sistema universal de salud que queremos (si
es que lo queremos) y cuáles serán las estrategias para lograrlo. Cómo haremos
para unificar el sistema tan fraccionado e insuficiente para dar cobertura a
toda la población y cuáles serán los recursos que moveremos para cumplir con
las metas trazadas.
No solo se ha perdido un año para concretar la “revolución
en salud”; en realidad se han perdido siete años, la mayor parte en
divagaciones parecidas, olvidando que las grandes decisiones son políticas y
programáticas, y deben lanzarse cuando la correlación de fuerzas lo permite. A
un año de las elecciones nacionales, con cientos de conflictos en marcha,
parece irrealizable la desfalleciente cumbre y, lo que es peor, parecen
inalcanzables sus posibles resultados.
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