Por: Fernando Rocabado Quevedo
Hace pocos meses la prensa mostró fotos de perros sacrificados por el Municipio de Santa Cruz, a cuya causa se pronunciaron indignadas cientos de voces, provenientes de los grupos de protección animal. Por otro lado, hace poco más de una semana murió un niño contagiado de rabia por su perro, y casi nadie se indignó. No hubo voces de desacuerdo; los animalistas callaron o por lo menos no fueron tan vehementes como con los perros. Recuerdo que en la primera ocasión mostré mi conformidad con la eliminación de perros vagabundos y fui objeto de agresiones cibernéticas. Entre ellas me llamó la atención una que me calificaba de ignorante; era un joven amante de los canes que me decía que en realidad no eran muchos humanos los que morían por rabia cada año. Y que eso no justificaba la muerte de los perros.
Evidentemente, no son muchos los humanos que ahora mueren por mordedura de perro, pero son humanos y es un tema de prioridad. La incidencia de la enfermedad en las últimas décadas ha descendido gracias al programa continental emprendido desde 1983 y, en Bolivia, es cercana a 0,04 por cien mil habitantes, una de las más altas del continente.
En 2016 no se informó en el país de ningún caso humano, lo que llevó a un canto de victoria prematuro por parte de las autoridades del ramo, que ya hablaron de su pronta erradicación. El caso del niño de Sacaba, nos volvió a la realidad y a la necesidad de analizar con más profundidad las estrategias sostenibles que ayuden a dar el golpe final a esta enfermedad de tanta trascendencia.
El diagnóstico del niño muerto estuvo acompañado de 18 casos confirmados de rabia canina en el Departamento de Cochabamba, más otros varios en estudio, amén del seguimiento de varios humanos mordidos por perros, entre ellos un vacunador del MINSALUD, mordido en el cumplimiento de su deber. La alarma surgió de improviso, acompañada de datos preocupantes, como el hecho de que cada semana son 150 las personas mordidas por perro y registradas en los centros de salud. No sabemos cuántas mordidas no se registran, considerando que se estima que la población canina y gatuna es de 650.000 ejemplares, es decir, uno por cada tres personas, si es que las estimaciones son correctas, porque los perros vagabundos y callejeros no son fáciles de contar. ¿De dónde aparece semejante cantidad de animales? ¿Cuántos de éstos son identificables, se conocen a sus propietarios y si son bien alimentados y tratados? Seguramente no es fácil responder estas preguntas por falta de información e investigación. Esto me hace recuerdo un ridículo intento de la anterior gestión municipal de registrar mediante chips a los perros cochabambinos, que resultó en un rotundo fracaso por la no respuesta de los propietarios. El problema de siempre es la pobreza de los dueños y la población canina de riesgo, que es la que no tiene propietario o vive en la calle con su anuencia. Se dice que de los 22.000 perros que existen en el Municipio de Tiquipaya, el 50% son vagabundos. En Chile, que tiene mejores registros, se ha demostrado que 63% de los perros que deambulan por las calles de Santiago tienen en verdad dueño, y solamente el 23% de éstos son abandonados.
Si en el primer mes del año tuvimos 18 casos de rabia canina, es posible que a fin de año superemos los 121 casos, que fue nuestro promedio nacional en la última década. Una cuarta parte de todos los casos de Latinoamérica, sub Región en la que hubo un promedio de 438 casos anuales en la misma década, según datos de PANAFTOSA. Nuestra tendencia al descenso puede verse frustrada, a menos que se adopten medidas más radicales y contundentes.
Según el “Plan de Acción para la Eliminación de la Rabia Humana transmitida por Perros” aprobada por los países con el apoyo de la OPS/OMS, ésta se puede lograr mediante acciones integrales de profilaxis en personas expuestas a la rabia; el control y/o eliminación de la rabia en perros; la colaboración intersectorial a todos los niveles; y la educación y sensibilización de la comunidad.
Con seguridad que la educación de la población no proviene únicamente de mensajes o cursos de sensibilización, sino de políticas públicas que induzcan a la tenencia responsable de los animales, o su correspondiente alternativa, la sanción a los dueños, que proviene de traspasarles íntegramente la responsabilidad de los daños y sus consecuencia o secuelas producidas por su animal, mismas que sobrepasan la enfermedad de la rabia y abarcan otros daños productos de las mordeduras y la falta de higiene pública. Presencia en basurales y transmisión de otras zoonosis.
En cuanto al control de la rabia en los perros, ésta debiera considerar seriamente la posibilidad de legislar y reglamentar la eliminación de los perros callejeros, los maltratados y sin dueño, en una suerte de eutanasia canina. Esta eliminación debiera ser el final de todo un proceso de opciones o alternativas, tanto para los perros, como para que las organizaciones defensoras de animales puedan actuar en su recuperación o adopción. O sea, los animales capturados y no reclamados en un lapso definido, podrían ser entregados a estas instituciones de protección animal para su adopción y, en caso de fracasar todos estos intentos, recurrir a su eliminación mediante alguna técnica incruenta de eutanasia. Este sería un paso que alivianaría la vida de sufrimiento del animal y la carga que significa para la sociedad el mantenerlo o liberarlo.
Recordemos que todas las estrategias complementarias de manutención, tratamiento y recuperación, así como la vacunación y esterilización tienen un costo para el Municipio, que no tiene porqué cargar con la irresponsabilidad de los dueños de perros, que no tienen la capacidad de criarlos convenientemente y los lanzan a la calle o los abandonan sin ningún escrúpulo.
La rabia ha sido y es considerada de alta “trascendencia” porque uno solo de sus casos tiene una repercusión social de gran significancia, por lo que no es éticamente aceptable tener casos de rabia humana en pleno Siglo XXI, y como dice el Plan mencionado, los principales desafíos para la eliminación de la rabia transmitida por perro no son de tipo técnico sino de decisión política y compromiso de todas las partes interesadas, tanto públicas como privadas.
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