O “memorias del Victor Hugo”, es posiblemente el libro más importante del escritor de los bajos fondos, Victor Hugo Viscarra. Lo busqué afanosamente en librerías de La Paz, porque tenía referencias de su demanda y del éxito del autor, que sin ser escritor académico es de los que más vende en los últimos años. El libro que compré corresponde a la tercera reimpresión realizada por Editorial Correveidile, con el auspicio de la Oficialía Mayor de Culturas de la ciudad de La Paz. Tengo entendido que, también, ha tenido una edición en España.
Personalmente el libro me impresionó por la crudeza con la que relata la forma de vida de los bajos fondos paceños. La vida de los alcohólicos, de las prostitutas, de los vagos, los cargadores, los niños de la calle, los policías, los homosexuales y todo aquel que deambula por los bajos fondos, los barrios miseria, los basurales y las cantinas más increíbles e insospechadas de La Paz. Y es que Victor Hugo Viscarra no escribe con el ojo acucioso del investigador, del sociólogo o antropólogo que visita estos lugares para describirlos técnicamente, sino que lo hace como actor y testigo de primera línea. Victor Hugo Viscarra es un habitante de los bajos fondos, un alcohólico consuetudinario que durante más de treinta años ha buscado la manera de subsistir con el vicio a cuestas. Por eso su descripción es impresionante y sobrecogedora; nos ilustra sobre una vida –mejor, sin cuenta mil vidas, como él enumera- de abandono e incertidumbre y que el resto de los ciudadanos las percibimos muy de lejos, por que no las conocemos ni sentimos en su dimensión real y humana. Viscarra de manera concisa y sin rodeos nos muestra esta cara, la cara nocturna y miserable de la ciudad de La Paz. Por esto, es considerado el escritor del lumpen, el relator del verdadero underground paceño, el narrador de las miserias –no tan ocultas- de nuestra ciudad principal.
El eje transversal del relato gira alrededor del alcohol. Es el alcohol el elemento unificador y el nexo principal entre los personajes que frecuentan los diferentes lugares que se describen en la obra. Los más impresionantes son los que sirven de abrigo y escape al frío paceño, el enemigo número uno de éstos desposeídos. Ese frío que penetra y cala los huesos, y hace que los sin techo huyan permanentemente de él, en busca de abrigo o de los primeros rayos del sol, que significan el nuevo día, la liberación y el calor. Los alojamientos callejeros o lugares de abrigo se llaman torrantes y sirven para torrar, calentarse de manera precaria, muchas veces cubiertos por cartones, tomando unos tragos fuertes de cañazo, o encendiendo fogatas en basurales alejados. La vida de Viscarra, como la de sus amigos, es un permanente escapar del frío nocturno, batalla ganada, aparentemente, pero que trae aparejada pérdidas de fatales consecuencias, lo que explica que intoxicados y congelados sean encontrados cotidianamente en los suburbios de la ciudad, alimentando la morgue y los anfiteatros universitarios.
También impresionan los antros donde se bebe, muchas veces la noche entera, para torrar y embriagarse al mismo tiempo. Viscarra los conoce todos y los explica con la meticulosidad del conocedor. Sabe donde caer en este barrio, en Tembladerani, cerca del mercado, en los alrededores del cementerio, en El Alto o en cualquier villa de La Paz. Conoce su ciudad y sus antros al dedillo. Entre estos existen algunos de moda, los más mentados y visitados, los llama “las catedrales”. Personalmente, siendo universitario, conocí una de ellas: El Averno, junto a conspícuos amigos como el Pescadito, el Picasso, el Vladi, el Kiko y otros amantes de la vida nocturna, que solían buscar un lugar de remate. Como dice Viscarra, El Averno tuvo su auge entre el 75 y el 80, era un lugar animado que se ponía aburrido cuando no había por lo menos dos o tres peleas por noche.
El autor conoce también sus personajes, sobre todo a sus amigos alcohólicos. Sabido es que entre ellos existe una solidaridad y complicidad muy grande. Nunca un alcohólico bebe solo, el trago es para compartir, y el relato de Viscarra está lleno de actos de solidaridad y compañerismo entre macheteros, que comparten el mismo vicio y hace que lleven “una vida de artistas” en sus “fortines” y en “los templos del amor”, que son templos generalmente de muy baja condición.
Otro aspecto que impresiona del relato es el desapego de estos personajes desposeídos por las cosas materiales y por la vida. Como él dice, “entre los alcohólicos, prostitutas, mendigos, drogadictos aficionados al thinner y a la gasolina, delincuentes, aparapitas, etc., existe un desprecio total por la vida”, lo que podría explicar su aire de dignidad y resignación permanentes. Deambulan por la vida esperando el momento de partir y a veces, lo buscan. Los alcohólicos más decepcionados por la vida, los decididos a partir, como los elefantes conocen muy bien dónde está el cementerio. “Los que quieren morir al pie del cañón, es decir, los que quieren suicidarse bebiendo sin parar, tienen su traguerío” para tal efecto. Es el Cementerio de los Elefantes, donde en un cuarto con llave, la dueña les acomoda su colchón de paja, su lata para orinar y su balde de trago infame. Según el relato, algunos suicidas, duraron bebiendo hasta dos semanas antes de morir intoxicados.
El libro llama la atención por todas estas historias que nos aproximan más a la muerte que a la vida. “Las muertes más frecuentes entre los macheteros se deben a enfermedades pulmonares”, dice Viscarra premonitoriamente, en el capítulo que él intitula Estilos de Muerte. Y tal como lo anunciara de manera reiterada, él mismo murió joven y a consecuencia de una enfermedad pulmonar. Parece poco, pero sus pulmones aguantaron treinta años de torrantero, que significan frío, promiscuidad y soledad. La ventaja que tuvo con relación al resto de sus compañeros de infortunio es que tenía habilidad para el relato vivencial, lo que le permitió dejarnos una brutal y mágica descripción de la vida del lumpen paceño.