Me quedé meditando ante la amenaza de huelga del sindicato
de trabajadores del hospital San Juan de Dios de Santa Cruz, frente al anuncio
de las autoridades sanitarias de crear salas de aislamiento en ese nosocomio,
para atender posibles casos sospechosos de ébola. Su dirigente afirmó que no
estaban capacitados para prestar ese tipo de atención y, quizás, no tengan que
intervenir en caso de que se presenten cuadros sospechosos del virus. Anunció
marchas y protestas y un paro de 48 horas; y para conseguir apoyo de la opinión
pública argumentó que una instalación de ese tipo en un lugar céntrico sería peligrosa
para la población.
Para darle más aire el Secretario Ejecutivo de la Federación de Sindicatos de Ramas Médicas (FESIRME), también lanzaba su alerta, reclamando contar con mayor bioseguridad para poder realizar su trabajo.
Al mismo tiempo que se generaba este malestar y como
mostrando su antítesis, un primer contingente cubano de 165 profesionales de la salud aterrizaba en Sierra Leona, para ayudar a hacer frente a la
enfermedad en el foco mismo de la infección. Otro contingente con 51
trabajadores de la salud aterrizaba en Liberia y, otro, de 40 en Guinea.
También, en España se contagiaba una enfermera por atender a un paciente
repatriado, y cuyo caso fue seguido por los medios a nivel mundial. Más
anónimamente cinco médicos eran enterrados en Liberia y engrosaban la lista de héroes
de la salud.
Ante la rebeldía sanitaria de este grupo de trabajadores
nacionales, el Ministro de Salud, Juan Carlos Calvimontes, advirtió, con justa
razón, que los médicos y profesionales de la rama sanitaria que se nieguen a
atender posibles casos de ébola serían sancionados o destituidos de acuerdo a
la norma jurídica y al punto de vista
ético y profesional.
No es fácil dar pautas de valentía en ciertas circunstancias,
pero es necesario recapacitar sobre la noble
tarea de todo trabajador sanitario, que asume su profesión con el fin de luchar
por la salud de la humanidad. Este espíritu ético está bien sintetizado en lo
que se llama el Juramento Hipocrático, síntesis de los valores éticos de la
profesión médica. La fórmula hipocrática de la Asociación Médica Mundial, al
momento de admitir un miembro de la
profesión médica, dice en su parte pertinente: “Prometo solemnemente consagrar
mi vida al servicio de la humanidad;… ejercer mi profesión dignamente y a
conciencia;…velar solícitamente y ante todo por la salud de mi paciente; …mantener
incólumes por todos los conceptos y medios a mi alcance el honor y las nobles
tradiciones de la profesión médica;…velar con el máximo respeto por la vida
humana desde su comienzo, aun bajo amenaza, y no emplear mis conocimientos
médicos para contravenir las leyes humanas”.
Lo que se anuncia para los médicos, lógicamente que se
amplía para todos los trabajadores de la salud, que en conjunto conforman un
equipo integral de trabajo. En ese equipo todos tenemos miedo y todos estamos
en riesgo permanente de enfermar o morir, unas veces con mayor probabilidad que
otras. En esas circunstancias es preciso redoblar las atenciones y los cuidados,
poniendo todo el conocimiento científico para evitar el contagio; lo que no se puede es darle la espalda a la enfermedad.
Por lo tanto, me parece una medida atinada la del SEDES
cruceño de prepararse ante cualquier emergencia, no sólo alistando salas de
aislamiento, sino capacitando a sus recursos humanos y dotándoles de los
equipos e insumos necesarios para protegerse y proteger a la población. La
misma medida debieran adoptar todos los SEDES del país, de manera que la
aparición de un caso de ébola no nos encuentre desprevenidos. Un solo caso
tendría un impacto trascendente en los medios y produciría pánico en la población;
siendo los trabajadores de la salud los únicos que podemos tranquilizarla. De entrada debe saber que como buenos capitanes, no
abandonaremos jamás el barco.
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