Por Fernando Rocabado Quevedo*
En estos tiempos apocalípticos, vivimos, también, tiempos de ficción. Mientras las autoridades hacen su imposible para contener la epidemia del COVID-19, con errores y falta de coordinación entre ellas, la población no sabe si obedecer los lineamientos para frenar el arribo de la nueva enfermedad, misma que golpea nuestras puertas desde el 10 de marzo, u obedecer la esmirriada propaganda política de los partidos inscritos para unas elecciones cada vez más lejanas en objetivos y ofertas programáticas.
A los tres casos importados de Coronavirus, se les han sumado otros nueve, de transmisión local. Este simple paso ha puesto en alerta y en tensión a todo el aparato estatal, en sus tres niveles. El nacional, con decretos y leyes cada vez más contundentes, y el departamental y municipal, con medidas similares y, muchas veces, en franca competición con los contenidos de las primeras.
Para entrar en consonancia con los países vecinos, y con todos los países del mundo, se ha promovido el paro y el distanciamiento social. Nadie puede moverse ni reunirse con la libertad pre-pandemia; se insiste en la necesidad de aislarse y permanecer en las casas, medidas que han demostrado su efectividad para contener y mitigar la epidemia. El no hacerlo, puede llevarnos a enormes pérdidas en vidas humanas, y enormes pérdidas en producción y economía. Si la vida es lo más preciado de nuestra sociedad, no hay donde perderse, debemos hacer un esfuerzo, todos, por ahorrarnos el máximo de vidas de bolivianos, en todos los estratos.
Los candidatos que tercian en las desteñidas elecciones, han mutado su discurso, convirtiéndolo en recomendaciones destinadas a frenar el crecimiento de la epidemia y mitigar el sufrimiento humano. Unos proponen alerta epidemiológica, otros, estados de alarma o excepción, y el Gobierno, que tiene su propia fórmula electoral, prefiere establecer la “emergencia nacional”. Cualquiera sea el nombre, se ha decidido afrontar el desafío con fuerza, aunque las reglas caigan en cabezas desubicadas, ignorantes o anárquicas. La crisis es un muestrario de la pérdida de valores y solidaridad; resulta casi imposible conjugar el esfuerzo general y aportar como colectivo social al gran desafío nacional del momento. Grupos de vecinos bloquean el acceso de pacientes a los hospitales, muchas veces soliviantados por trabajadores de salud; hay amenazas de huelga o se aprovecha la crisis para presionar y hacer pedidos inalcanzables, la mayor parte de las veces. Se denuncia que un contacto en situación de cuarentena fugó de su lugar de aislamiento, poniendo en serio riesgo a sus compañeros eventuales de viaje; otros, transportistas del impenetrable Chapare, se creen más inteligentes que las autoridades y han decidido no acatar la emergencia nacional; han establecido su propia estrategia para auto cuidarse del virus en sus buses y camiones, van a comprar –dicen- sus propios barbijos y sus geles con alcohol. Parecen haber encontrado la piedra filosofal y la cura que chinos e italianos están buscando.
En medio de este caos social, los militantes verdaderos de los nuevos partidos, se muestran preocupados por hacer propaganda por sus candidatos. Los arrimados, que son la mayoría, no tiene la misma preocupación por razones obvias, congruentes con su oportunismo. ¿Cómo hacer propaganda sin poner en peligro su propia salud y, lo peor, la salud de sus clientes y público al que quieren llegar? No se permiten concentraciones, no se admiten reuniones (primero de 100 personas, ahora de 30) y se recomienda mantener distancia con el vecino. ¿Entregarán volantes a más de 1 metro de distancia y se lavarán las manos los que reciben volantes, o es mejor rechazarlos? ¿Se irá puerta a puerta, corriendo la misma suerte y asustando al vecino que abre la puerta? ¿Se panfleteará o perifoneará en autos cerrados, con aire acondicionado y solo hasta las cinco de la tarde? ¿Se pintarán paredes y se colocarán banderas en horas prohibidas o lo harán a plena luz del día? ¿Se abrirán casas de campaña donde la gente circulará, convirtiéndolas en fuentes de infección? En fin, parece que la tarea de organizar y difundir las propuestas partidarias, no será nada fácil en estas elecciones.
Pero, el desafío más terrible para el Tribunal Supremo Electoral será el 3 de mayo, día de las elecciones. Después de habernos guardado un mes y medio en la casa, se promoverá la salida de 7 millones de votantes, a mesas donde se concentra y hace fila la gente, sin mantener el metro de distancia reglamentario; allí será atendida por delegados de mesa que deben tener barbijos con filtro N95 y guantes de látex; que tienen que anotar en cuadernos públicos y facilitar punta bolas para todos, cuyas manos serán limpiadas con gel que contenga alcohol al 70%.
Son preguntas que me vengo haciendo, con la seguridad de que el 3 de mayo estaremos en uno de los momentos más álgidos de la epidemia nacional. En 8 días hemos duplicado dos veces nuestro número de casos y, si esa tendencia sigue así, y no se la frena en la próxima semana, entonces se volverá exponencial y tendremos que sostener nuestras duras medidas de contención por el tiempo que dure esa subida, y hasta el momento que comience a bajar. ¿Cuándo será ese día? Catorce días después de descubrir la última generación de pacientes, los que ocupen el pico de la curva exponencial, antes de su descenso; es el tiempo de su periodo de incubación (promedio 5,2 días), a lo que se puede añadir el tiempo de su convalecencia, (le dieron 15 días más de aislamiento a la paciente orureña). Por lo mismo, la pregunta es si vale la pena todo este esfuerzo y sacrificio nacional para rifarlo, en caso de recrudecimiento, en la gran movilización del 3 de mayo, todo para certificar que cumplimos puntualmente con la democracia.
No cabe duda que la decisión no es fácil, debe considerar en el otro lado de la balanza, el resguardo de la vida y la salud de la población. Las elecciones pueden postergarse, la vida no.
Chile, con graves problemas sociales y ahora de salud por el COVID-19, acaba de postergar su referéndum, programado para el 26 de abril. Nosotros, no debiéramos empecinarnos en unas elecciones con muerte anunciada; por esto, el TSE debe asumir una decisión sabia y científicamente fundamentada, más allá de la disidencia de uno que otro político o de algún apresurado candidato a parlamentario. La decisión debe ser racionalmente sopesada, considerando la responsabilidad que tiene el poder electoral con la salud pública y con la sociedad boliviana en su conjunto.
* Médico Salubrista – Epidemiólogo
A los tres casos importados de Coronavirus, se les han sumado otros nueve, de transmisión local. Este simple paso ha puesto en alerta y en tensión a todo el aparato estatal, en sus tres niveles. El nacional, con decretos y leyes cada vez más contundentes, y el departamental y municipal, con medidas similares y, muchas veces, en franca competición con los contenidos de las primeras.
Para entrar en consonancia con los países vecinos, y con todos los países del mundo, se ha promovido el paro y el distanciamiento social. Nadie puede moverse ni reunirse con la libertad pre-pandemia; se insiste en la necesidad de aislarse y permanecer en las casas, medidas que han demostrado su efectividad para contener y mitigar la epidemia. El no hacerlo, puede llevarnos a enormes pérdidas en vidas humanas, y enormes pérdidas en producción y economía. Si la vida es lo más preciado de nuestra sociedad, no hay donde perderse, debemos hacer un esfuerzo, todos, por ahorrarnos el máximo de vidas de bolivianos, en todos los estratos.
Los candidatos que tercian en las desteñidas elecciones, han mutado su discurso, convirtiéndolo en recomendaciones destinadas a frenar el crecimiento de la epidemia y mitigar el sufrimiento humano. Unos proponen alerta epidemiológica, otros, estados de alarma o excepción, y el Gobierno, que tiene su propia fórmula electoral, prefiere establecer la “emergencia nacional”. Cualquiera sea el nombre, se ha decidido afrontar el desafío con fuerza, aunque las reglas caigan en cabezas desubicadas, ignorantes o anárquicas. La crisis es un muestrario de la pérdida de valores y solidaridad; resulta casi imposible conjugar el esfuerzo general y aportar como colectivo social al gran desafío nacional del momento. Grupos de vecinos bloquean el acceso de pacientes a los hospitales, muchas veces soliviantados por trabajadores de salud; hay amenazas de huelga o se aprovecha la crisis para presionar y hacer pedidos inalcanzables, la mayor parte de las veces. Se denuncia que un contacto en situación de cuarentena fugó de su lugar de aislamiento, poniendo en serio riesgo a sus compañeros eventuales de viaje; otros, transportistas del impenetrable Chapare, se creen más inteligentes que las autoridades y han decidido no acatar la emergencia nacional; han establecido su propia estrategia para auto cuidarse del virus en sus buses y camiones, van a comprar –dicen- sus propios barbijos y sus geles con alcohol. Parecen haber encontrado la piedra filosofal y la cura que chinos e italianos están buscando.
En medio de este caos social, los militantes verdaderos de los nuevos partidos, se muestran preocupados por hacer propaganda por sus candidatos. Los arrimados, que son la mayoría, no tiene la misma preocupación por razones obvias, congruentes con su oportunismo. ¿Cómo hacer propaganda sin poner en peligro su propia salud y, lo peor, la salud de sus clientes y público al que quieren llegar? No se permiten concentraciones, no se admiten reuniones (primero de 100 personas, ahora de 30) y se recomienda mantener distancia con el vecino. ¿Entregarán volantes a más de 1 metro de distancia y se lavarán las manos los que reciben volantes, o es mejor rechazarlos? ¿Se irá puerta a puerta, corriendo la misma suerte y asustando al vecino que abre la puerta? ¿Se panfleteará o perifoneará en autos cerrados, con aire acondicionado y solo hasta las cinco de la tarde? ¿Se pintarán paredes y se colocarán banderas en horas prohibidas o lo harán a plena luz del día? ¿Se abrirán casas de campaña donde la gente circulará, convirtiéndolas en fuentes de infección? En fin, parece que la tarea de organizar y difundir las propuestas partidarias, no será nada fácil en estas elecciones.
Pero, el desafío más terrible para el Tribunal Supremo Electoral será el 3 de mayo, día de las elecciones. Después de habernos guardado un mes y medio en la casa, se promoverá la salida de 7 millones de votantes, a mesas donde se concentra y hace fila la gente, sin mantener el metro de distancia reglamentario; allí será atendida por delegados de mesa que deben tener barbijos con filtro N95 y guantes de látex; que tienen que anotar en cuadernos públicos y facilitar punta bolas para todos, cuyas manos serán limpiadas con gel que contenga alcohol al 70%.
Son preguntas que me vengo haciendo, con la seguridad de que el 3 de mayo estaremos en uno de los momentos más álgidos de la epidemia nacional. En 8 días hemos duplicado dos veces nuestro número de casos y, si esa tendencia sigue así, y no se la frena en la próxima semana, entonces se volverá exponencial y tendremos que sostener nuestras duras medidas de contención por el tiempo que dure esa subida, y hasta el momento que comience a bajar. ¿Cuándo será ese día? Catorce días después de descubrir la última generación de pacientes, los que ocupen el pico de la curva exponencial, antes de su descenso; es el tiempo de su periodo de incubación (promedio 5,2 días), a lo que se puede añadir el tiempo de su convalecencia, (le dieron 15 días más de aislamiento a la paciente orureña). Por lo mismo, la pregunta es si vale la pena todo este esfuerzo y sacrificio nacional para rifarlo, en caso de recrudecimiento, en la gran movilización del 3 de mayo, todo para certificar que cumplimos puntualmente con la democracia.
No cabe duda que la decisión no es fácil, debe considerar en el otro lado de la balanza, el resguardo de la vida y la salud de la población. Las elecciones pueden postergarse, la vida no.
Chile, con graves problemas sociales y ahora de salud por el COVID-19, acaba de postergar su referéndum, programado para el 26 de abril. Nosotros, no debiéramos empecinarnos en unas elecciones con muerte anunciada; por esto, el TSE debe asumir una decisión sabia y científicamente fundamentada, más allá de la disidencia de uno que otro político o de algún apresurado candidato a parlamentario. La decisión debe ser racionalmente sopesada, considerando la responsabilidad que tiene el poder electoral con la salud pública y con la sociedad boliviana en su conjunto.
* Médico Salubrista – Epidemiólogo
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